Ya se ha comentado la situación previa a
los días de la sublevación de julio de 1936, tanto en relación con las tierras y
los jornaleros, como la situación de los sindicatos y el ambiente político general.
Ambiente militar en Navarra
En julio de 1936 el general Mola contaba
bajo su mando con el Regimiento de Infantería América nº 14, el Batallón de Montaña
Sicilia nº 8, el Grupo mixto de Zapadores y Minadores; y en Estella, con el Batallón
de Montaña Arapiles nº 7. El general tenía pensado mezclar la tropa con los requetés
para neutralizar a los que no estuvieran de acuerdo con el golpe de Estado. Contaba
con los oficiales, las fuerzas de Orden Público de la provincia, los jefes de los
Carabineros y Guardias de Asalto, policía gubernativa
y policía municipal.
Alertaron al gobierno de sus planes tanto
el comandante de la Guardia Civil José Rodríguez-Medel Briones como el alcalde de Estella Fortunato Aguirre. Sin embargo el
Gobierno de Madrid seguía confiando en Mola. Diego Martínez Barrio decidió negociar
un acuerdo con Mola, en la madrugada del 18 al 19 de julio, ofreciéndole tomar parte
de su gobierno, pero el golpe de Estado era un hecho iniciado.
La sublevación en Navarra
El 18 de julio, los periódicos de Pamplona
salieron a la calle sin noticias de la sublevación del ejército de África que había
tenido lugar el día anterior. Sin embargo, todo el día transcurrió con gran tensión.
Se habían reunido en torno a la Comandancia Militar, situado en el Casco Antiguo,
los partidarios de Mola; los del Frente Popular en el Gobierno Civil, en la llamada
Casa Doria.
La Diputación Foral apoyó la sublevación. Estaba constituida por los vocales
de la coalición de derechas, la gestora elegida en enero de 1935.
El comandante Rodríguez-Medel Briones estaba
al mando desde el 4 de junio de la Comandancia de la Guardia Civil que contaba con
cuatro compañías (Estella, Tudela, Pamplona y Tafalla) y 76 puestos. Para
contrarrestar el golpe Rodríguez-Medel concentró los efectivos en Tafalla. En la
tarde del día 18 fue asesinado en Pamplona por sus propios hombres, que se pusieron
a las órdenes de Mola. La Comandancia de Carabineros, con 57 puestos,
estuvo más dividida. Los leales a la República
sufrieron la depuración o cruzaron la frontera.
En Estella, el 18 por la tarde se había sublevado
el teniente coronel Cayuela que detuvo al capitán de la Guardia Civil, Amer Mañón,
que era hombre de confianza de Rodríguez-Medel, y lo encerró en el cuartel del Puy.
Estaba apoyado por requetés (mil hombres bien organizados) y falangistas que salieron
a la calle y tomaron la ciudad. El Batallón Arapiles, con los requetés y falangistas,
se dirigió una parte hacia la Ribera y otra parte hacia Alsasua.
Hubo focos de resistencia sobre todo en la
Ribera, con varios muertos
en Corella. Hubo también incidentes
en Azagra, Lodosa y Mendavia. En ninguno de estos
lugares las Fuerzas del Orden Público o los militares apoyaron a los que se enfrentaron
a los sublevados.
En unas pocas horas Navarra entera había
caído en manos de los sublevados. Así que la cruel represión que se abatió sobre
Navarra inmediatamente no tuvo nada que ver con las vicisitudes de la contienda
sino con una voluntad clara de «limpiar la retaguardia». El 19 de julio de 1936,
iniciado el golpe, decía también Mola en una reunión de alcaldes de la zona próxima
a Pamplona: Hay que sembrar el terror... hay
que dejar la sensación de dominio eliminando sin escrúpulos ni vacilación a todos
los que no piensen como nosotros.
El clero de Navarra
En Pamplona, el obispo
Marcelino Olaechea deploró el estallido de la guerra
y se negó a bendecir incondicionalmente a las tropas. A finales de julio, se acusaba
a Olaechea de socialista. Olaechea evitó al principio las muestras de adhesión a
los sublevados e incluso excusó su asistencia, alegando enfermedad, a la misa de
campaña organizada por el Diario de Navarra el día 25 de julio, festividad de Santiago, para consagrar el requeté al Sagrado Corazón de Jesús en la plaza del Castillo pamplonesa.
El 6 de agosto se
lee desde la radio de Vitoria una carta pastoral conjunta de los obispos de Pamplona
y Vitoria. Esta carta se refiere a la "colaboración vasco-comunista" y
en ella se negaba la licitud de "fraccionar las fuerzas católicas ante el enemigo
común", considerando enemigo común a "este monstruo moderno, el marxismo
o comunismo, hidra de siete cabezas, síntesis de toda herejía" refiriéndose
a la colaboración de los nacionalistas vascos con las fuerzas republicanas.
El apoyo de Olaechea
a los sublevados se hizo explícito a finales de agosto cuando convoca una "solemne
procesión de rogativa" a la Virgen del Rosario para el 23 de agosto. Sólo en
noviembre, cuando los habitantes de un pueblo de Navarra lincharon a 50 presos políticos,
el obispo Olaechea pidió que cesaran las "sacas", "paseos" y asesinatos extrajudiciales en Navarra. Así el día 15
dirigió un discurso, titulado "Ni una gota de sangre de venganza", a unos
doscientos jóvenes de Acción Católica en la parroquia de San Agustín de Pamplona.
La conducta del clero
navarro, salvo honrosas excepciones, fue deplorable. No se limitó a la simpatía
por la sublevación. Además de sacerdotes y religiosos que instaron a algunos fusilamientos
y consta que estuvieron presentes en varios de ellos, algunos llegaron a tomar las
armas voluntariamente en favor de los sublevados.
Las víctimas en Navarra
Las víctimas de la guerra civil en Navarra
se produjeron en su mayoría debido a la represión directa ejercida por los sublevados
contra la Segunda República española, en un territorio que fue rápidamente controlado por el denominado bando sublevado, sin producirse frente de guerra en el mismo.
La violencia afectó
principalmente a los militantes de la Federación de
Trabajadores de la Tierra de la Unión General de Trabajadores que, con gran predominio en la región de la Ribera de Navarra, representaban mayoritariamente a los campesinos sin tierra. La mayor parte
de dichas muertes se produjo en los primeros meses de la guerra, un periodo de "terror
caliente" caracterizado por las ejecuciones extrajudiciales, paseos y
sacas de presos de los lugares de reclusión.
Un elemento adicional
que contribuyó a incrementar su número fue la presencia, en la proximidad de Pamplona, del Fuerte San Cristóbal, lugar de reclusión de varios cientos de presos del bando republicano durante
toda la guerra. Las condiciones extremas de cautiverio y la célebre fuga que tuvo
lugar en mayo de 1938, saldada con decenas de muertes y la captura de la práctica
totalidad de los fugados, contribuyeron también a engrosar el número de fallecidos.
Algunas cifras generales
Durante los tres
años de guerra empuñaron las armas por el bando sublevado más de 16.000 requetés
y unos 6.500 falangistas. A ellos hay que sumar los 18.000 navarros que fueron llamados
a filas. En total se formaron 31 batallones de voluntarios, integrados por 24.000
hombres. El regimiento América dio lugar a unos diez batallones, el Arapiles formó
ocho y el Sicilia seis. Oficialmente murieron en combate entre 4.535 y 4.545 navarros,
1.074 de la merindad de Estella (15 por mil de sus habitantes). Esta es la distribución
por merindades:
Merindad
|
Habitantes
|
Muertes
|
Tasa (por mil habitantes)
|
Estella
|
71.725
|
1.074
|
14,97 ‰
|
Olite
|
46.673
|
690
|
14,90 ‰
|
Pamplona capital
|
42.259
|
338
|
8 ‰
|
Pamplona (resto)
|
72.351
|
995
|
12,69 ‰
|
Sangüesa
|
50.368
|
723
|
15,17 ‰
|
Tudela
|
58.204
|
715
|
11,98 ‰
|
TOTAL
|
341.580
|
4.535
|
13,28 ‰
|
Sin embargo, muchos
de los combatientes considerados voluntarios fueron alistados de forma obligatoria,
como ocurrió con los componentes de la Bandera General Sanjurjo.
Los navarros que
lucharon en el Ejército Popular de la República fueron unos 3.000,
de los que no hay cifras exactas de los caídos. En el Ejército de Euskadi (Eusko Gudarostea) se calcula que lucharon entre 1.500 y 2.000 navarros,
de los cuales hay una relación nominal, incompleta, de 125 fallecidos.
Los estudios más rigurosos
de Altaffaylla Kultur Taldea sobre la represión
en Navarra durante la Guerra Civil concretan en casi 3.000 los asesinados. La represión implicó
la depuración de funcionarios, penas de reclusión y trabajos forzados, la represión
económica y un saldo de 2.868 muertes violentas, de las cuales 232 ejecuciones ordenadas
por la justicia militar entre 1936 y 1939 (Navarra
1936. De la esperanza al terror).
La represión en Navarra por merindades se
refleja en esta tabla:
Merindad
|
Muertes
|
Tasa
(por mil
habitantes)
|
Estella
|
761
|
10,41 ‰
|
Olite
|
502
|
10,66 ‰
|
Pamplona capital
|
303
|
6,76‰
|
Pamplona (resto)
|
181
|
2,37‰
|
Sangüesa
|
188
|
3,47 ‰
|
Tudela
|
705
|
11,83 ‰
|
Del total de la población el 8,17 por mil
fueron fusilados. De julio a diciembre de 1936 lo fueron el 96,2% del total, destacando
el mes de agosto con más de un 32% de los asesinados. De los socialistas, el 80%
de sus alcaldes, el 75% de sus concejales y el 60% de sus directivos fueron fusilados.
De los ejecutados, el 36,1% eran de la UGT, el 8,9% de FAI/CNT y el 37,4% eran personas de izquierdas sin afiliación.
En la merindad de Estella hubo 761 asesinados,
de los cuales 406 (53,4%) están inscritos en los juzgados. Corresponde a una tasa
de 10,41 por mil habitantes. En la ciudad de Estella (5.972 habitantes
en el censo de 1930) hubo 39 asesinados, entre ellos el alcalde, Fortunato Aguirre Lukin (PNV).
Fueron asesinados los alcaldes o ex alcaldes de Allo, Eusebio Gainza Íñigo (IR), ex alcalde;
Azagra, Francisco Castro
Berisa (PSOE); Cárcar, Lucio Gutiérrez
Hernández (UGT);
Falces, Eduardo Biurrun
Napal (PSOE), ex alcalde; Lodosa, Luis Martínez Echavarri
(AI); Mendavia, Dionisio Salcedo
Sádaba y Jesús Pastor (UGT); San Adrián, Daniel Munilla
Cristóbal (UGT) y Sartaguda, Eustaquio Mangado
Urbiola (UGT).
A estas cifras hay
que añadir los 211 muertos de entre los 795 presos que se fugaron del Fuerte de
San Cristóbal en mayo de 1938, fecha en la que en el fuerte estaban recluidas 2.487
personas. Y hay
que sumar los 305 muertos por enfermedades y malas condiciones de reclusión en el
Fuerte de San Cristóbal de Pamplona, entre 1937 y 1945.
Cronología de la represalia
en Mendavia
Breve resistencia inicial,
llegada de los requetés, huidas y represión brutal
En Mendavia se organiza
la resistencia local desde el mismo día 18, por la tarde. Miembros de UGT, CNT y
otros vecinos hacen frente a la Guardia Civil en el cuartelillo. Consumado el golpe
en Navarra, al atardecer de ese día, las autoridades municipales republicanas aún
mantienen el control general del pueblo. Hay intercambio de disparos con la Guardia
Civil con saldo de un guardia y un vecino heridos; el guardia Julio Ripa sufre una
herida leve, y el vecino, dueño del bar y “Casa del pueblo”, Martín Elvira González
(UGT), es herido de gravedad y hospitalizado en el Hospital de Mendavia que regentaban
la religiosas de Santa Ana. Hay testimonios sobre un médico que en varias ocasiones
dejó de atender adecuadamente a los heridos, o realizó curas falsas, y ese parece
el caso de Martín Elvira. A Martín dejaron que su pequeña hija lo viera el primer
día en el hospital, pero no dejaron que su mujer pasara. Al día siguiente, cuando
ya los sublevados logran el control total del pueblo, lo buscan en su lecho, se
lo llevan y lo asesinan.
Aún el día 19, con escopetas de caza, algunos
vecinos repelen a 20 carlistas procedentes de Viana. Muchos mendavieses se apostaron en los caminos dirección a Logroño y Lazagurría.
Por
la tarde de ese día llega el batallón Arapiles, reforzado con requetés y falangistas
fuertemente armados, procedente de Estella, y toman el pueblo, disparando a todo
lo que se mueve. Entonces se da inicio a la represión. “Los supervivientes de aquellos días todavía recuerdan el sonido de los tambores,
de los disparos y que nadie se atrevía a salir de casa” –recogen Rubén Martínez
y Mikel Rodríguez. Varios
testimonios se repiten sobre niños que fueron retirados de la calle por alguna
buena mujer, que al escuchar los disparos los protegió, o del recuerdo de los
colchones colocados en puertas y ventanas para protegerse de los disparos
perdidos. Ante la imposibilidad de defenderse, los socialistas y anarquistas dan
la consigna de salir del pueblo para agruparse en zonas republicanas y continuar
la lucha, intención difícil de realizar porque todas las zonas que rodeaban Mendavia
quedaron en poder de los golpistas. Sólo unos pocos lograron hacerlo. Los hombres
se dispersaron. Un pequeño grupo se pasó al otro lado del Ebro, mientras que
otros optaron por mantenerse escondidos en las casas. Al ver llegar estas fuerzas armadas en camiones cargados de requetés, muchos
se echaron atrás en su intención de resistir y escondieron sus armas, armas de caza
que más tarde serían requeridas por la Guardia Civil. Según versión del Diario de Navarra del 2 de agosto de 1936
se calcula en unos 200 individuos los mendavieses que salieron del pueblo. Parece
exagerado, y lo es (a no ser que se cuente a las mujeres y niños que se huyeron
a los campos duante el primer día); se estaba poniendo desde entonces cifra al número
de represaliados muertos que podría alcanzarse. Esto supuso una coartada ideal para
los matones: acababan con ellos, los “desaparecían” en otros pueblos, y decían que
habían estado implicados en el alzamiento contra los guardias. Sólo unos pocos huidos pudieron alcanzar el bando republicano, en Guipúzcoa, Vizcaya o Aragón.
Hay un testimonio
de uno que se retiró de la contienda el día 19. Un amigo lo animó a seguir luchando,
o bien a darle el arma para luchar contra los falangistas, pero pesó más el cuidado
de su familia, pues tenía dos hijos. El amigo
que siguió en la lucha fue de los represaliados, asesinado en las cercanías del
pueblo. El que cuenta los hechos, al ser requerido, entregó el arma, pero no las
municiones, que tuvo tiempo de arrojar sobre el techo de la casa, diciendo: “con
estos cartuchos no mataréis a nadie, cabrones”. Se asustaron los hijos por el estruendo
que hicieron los cartuchos sobre el techo de teja, pero no hubo consecuencias que
lamentar. Otro cuenta que entregó un arma vieja y se quedó con la otra más nueva,
que tan necesaria le fue para la caza en los montes, años después. Creen sus familiares
que no le hicieron nada porque tenía algunos amigos de derecha que lo protegían,
si no “se lo hubieran cargado”.
El mismo día 19
un grupo de mujeres de la calle San Bartolomé (allí estaban varios de los
dirigentes cenetistas) salieron huyendo al escuchar los tiros, con sus niños en
brazos, en dirección a Imas, de ahí pasaron a la Vega (ambos términos de
Mendavia), para regresar al pueblo en horas de la noche. Con una yegua de Darío
Maiza se pudieron ayudar para llegar con los más cansados. Sin embargo, otro
grupo de mujeres pasaron al otro lado del Ebro. Al escuchar a un pescador
gritaron: ¿Quién va? El pescador respondió –tal vez reconociendo las voces:
León “Corera”. La CNT. Así un grupo de mujeres y niñas (Julia, Vicenta, Petra,
Delfina, con las niñas Adora y Gloria; de la familia Sainz) pudo pasar en la
barca hasta la otra orilla. Llegaron hasta San Martín y luego fueron a la finca
de Mariano. Aunque allí comieron algo y pasaron la noche, al día siguiente la
Guardia Civil las detuvo y las hizo regresar al pueblo. Es detalle importante
señalar que León Sainz “Corera” había puesto a su hijo, nacido tan sólo un mes
antes, el nombre de Bladimiro Lenin. Entre las mujeres que pasaron en la
barquilla estaba la mujer de León, Vicenta Sainz. Su niño se acababa de morir
el día 15 de julio, con apenas un mes de edad.
Otras mujeres
como Francisca Alonso y Francisca “La Benceja”, salieron hacia los campos desde
la calle La Estación, con sus chiquillos. El temor se apoderó de todos.
Unos niños
estaban bañándose en las pozas del “Río mayor” cuando empezaron a disparar
desde el campanario de la iglesia. Fue la política de amedrentamiento y terror.
Los niños estaban confusos y creían que eran cohetes. Cuando llegaron a sus
casas las familias los “reñían” haciéndoles ver el peligro que había.
El día 20 todavía hay algún enfrentamiento,
pero pronto el pueblo entero queda bajo dominio de los golpistas. Aunque en la toma
del pueblo participaron los falangistas locales, el control del pueblo va a estar,
en estos primeros días, en manos de “los requetés venidos de la montaña” (falangistas
y carlistas desde Estella); y también se cuenta que el nefastamente famoso “Chato
Berminzana”, capitán de Falange española, estuvo en el pueblo durante alguno de
estos primeros días.
Grupos de falangistas recorren el pueblo
envalentonados y señoreándose al grito de Viva El Fascio. Hacen que retiren las
cortinas de las ventanas. Dan “bando de caja” anunciando las medidas de control
que ejercen. Sin embargo, con frecuencia no dejan escucharlo; cuando un vecino
salió en la Calle La Estación, el Jefe local de la falange le apuntó diciendo:
“O te metes o te vulco”. Entonces, ¿pa qué echáis bando?, -preguntó; pero
inmediatamente se metió en casa a instancias de su mujer. A una niña de la
calle San Bartolomé la amenazaron con matarla si se movía, y la apuntaron con
las escopetas.
En seguida los sublevados asaltan los locales
de la UGT, la CNT (en la casa de Emiliano Aramendía Martínez; posteriormente
“Bar de Picacha”), y
del Partido Comunista. Destrozan los lugares, arrojan a
la calle los
libros que estas organizaciones poseen y los queman. También queman libros en las
casas particulares, como es el caso de los de Silvestre Maiza, dirigente de la CNT
que logra salir del pueblo. Registran las casas en busca de los republicanos,
de los que han elaborado listas, requisan alimentos y requisan las escopetas.
En los mensajes transmitidos
a la población no había muchas contemplaciones, despertando un auténtico terror
a los que no demostraban fidelidad al nuevo régimen. Un mensaje del Comandante militar
de Falces establecía las nuevas leyes, que no fueron diferentes en Mendavia.
Ordeno y Mando:
Artículo 1º: Todo
elemento extremista que al darle el grito de VIVA ESPAÑA, no conteste de igual forma,
será ejecutado pasado por las armas en el acto.
Artículo 2º: Al presentarse
las autoridades a las inmediaciones de sus domicilios y no salga el personal que
haya dentro del mismo antes de la llegada de la fuerza con los brazos abiertos en
alto gritando VIVA ESPAÑA serán pasados por las armas en el acto.
Artículo 3º: Todo
el personal extremista, sin distinción de sexo, que se encuentre dentro de la localidad
o en el campo, sin llevar brazalete blanco en el brazo izquierdo y un volante que
será entregado en el Ayuntamiento, será pasado por las armas en el acto.
Artículo 4º: Todos
los edificios o pisos habitados por elementos extremistas, tendrán durante los días
que dure el estado de guerra, y a partir de las ocho de la mañana hasta las siete
de la tarde, abiertas las puertas y ventanas, con las cortinas quitadas, para ser
vistos por la fuerza, el que no cumpla lo ordenado, se hará fuego sobre el edificio
o persona que en el mismo se encuentre mayor de 16 años.
Artículo 5º: En los
registros domiciliarios que efectúe el personal a mis órdenes, en los edificios
habitados por personal de derechas y encuentre en ella oculto algún elemento extremista,
éste será pasado por las armas en el acto, y el dueño del edificio se le aplicará
como encubridor lo que marca el Código de Justicia Militar.
Artículo 6º: Todo
individuo extremista, cuantas veces salga y entre del campo se presentará en el
Ayuntamiento, a su salida para recoger el volante y a su entrada para entregarlo,
advirtiendo que aquel que no lo efectúe y se le encuentre en el campo será pasado
por las armas.
Artículo 7º: Se advierte
al personal de derechas, que si algún individuo se interna en su domicilio violentamente,
bien perseguido por la Autoridad o por cualquier otra circunstancia, si no lo pone
inmediatamente en conocimiento de las Autoridades, se le aplicará lo que marca el
Código de Justicia Militar, como cómplice o encubridor.
Falces, 11 de agosto de 1936.
El Excmo. Sr. Comandante militar de la plaza.
Aunque no se dispone
de un documento similar en Mendavia, por los testimonios de los mayores, algo parecido
ocurrió en el pueblo. Algunos jóvenes fueron a vivir en casa de familiares de derechas
para evitar represalias.
Primeras sacas y desaparecidos
en Mendavia
El 21 se impone nuevo ayuntamiento, de derechas,
con Fermín Martínez de Luco como alcalde, con la protesta explícita del secretario
interino José Gurucharri. Entre los concejales están Perfecto Ripa, Teófilo Martínez,
José María López Jalón, Isidoro Ochoa y José Marquínez. Eran órdenes que venían
de Pamplona y así se hizo en otros pueblos.
Junto al párroco Jerónimo Mercapide, el médico
Máximo García Villamayor de los Montes, nombrado miembro de la Junta de Guerra
poco después, y los guardias civiles apostados en el pueblo, fueron los principales
responsables de lo ocurrido en los días sucesivos.
Al poco tiempo destituyen formalmente a casi todos los funcionarios municipales:
dos alguaciles, dos serenos, cuatro guardas y un escribiente, de los cuales todos,
menos un alguacil, serían asesinados.
Se organizó un sistema de reclusión en el
Cuartel de la guardia civil y en el Ayuntamineto y los locales de la Escuela, en
el que José María López Jalón, como delegado local de la falange, presidía las detenciones.
Él decidía con frecuencia, con toda discrecionalidad, a quién retenía, a quién liberaba,
a quién mandaba al frente, a quiénes mandaban fusilar. Los interrogaban y
después tomaban la decisión. A veces los tenían varios días detenidos, para
luego llevarlos a Estella o a Pamplona, o ser soltados si contaban con suerte
el apoyo de algún familiar de derecha. Con tristeza se mira ahora, los casos de
poco apoyo entre las familias para haber evitado la matanza desde el mismo
pueblo. Un documento firmado por el Delegado Local podía ser suficiente para la
liberación de la cárcel de Estella (o de otras cercanas), o bien podía constituirse
en autorización para el fusilameinto. No
obstante, los testimonios coinciden en que su papel era subalterno. Otros eran los
que mandaban, pero a él le encargaron este papel en la trama macabra. Al atardecer
subían a los retenidos al camión y llamaban al cura párroco, que bendecía las decisiones,
confesaba a los detenidos, o incluso acompañaba en el camión hasta los lugares de
fusilamiento. El haberle ayudado al Delegado de la falange en una labor de campo
podía ser causa de salvación, o el haber tenido una pequeña discusión cotidiana
con él era motivo suficiente para ser enviado al frente (de ese modo se salvaron
Dionisio Martínez Cenzano o León Elvira Ripa, o fue enviado al frente Cayetano Sádaba).
B. relata, según testimonio recogido por
Rubén Martínez:
Me acuerdo de la noche
que vinieron a buscar a mi padre a casa los guardias. Días antes de la detención,
como se olía el plan, escondió debajo de los excrementos del caballo y del macho
sacos cerrados de alubias, garbanzos, arroz y trigo para dos cosas. Para que no
lo encontrase la Guardia Civil y se lo llevara como impuesto y para que, si lo mataban,
tuviéramos nosotros para comer. Mi madre abrió la puerta y preguntaron por mi padre
y se lo llevaron entre burlas como “Ala, ‘Carchén’ (como le llamaban) que de ésta
no sales” o como “un rojo menos”. Lo metieron al furgón y se lo llevaron. Y al cerrar
el guardia la puerta gritó mi hermano Gabino: “¡Como matéis a mi padre, tengo que
matar yo a veinte, cabrones!”. Entonces el guardia se volvió y preguntó que quién
había dicho aquello y mi padre le dijo que no sabía qué se decía, que era un chiquillo.
Así que se lo llevaron.
Se conocen algunos casos de detenidos que
fueron liberados. El dirigente y fundador de la CNT, Leandro Elvira Asurmendi,
fue detenido un par de días, y se libró por intercesión de algún familiar.
Otros relatan:
A mi primo “Pablillo”
lo metieron preso. Le gustaba el teatro. Su hermano de Madrid intercedió por él
y lo liberaron.
Mi padre era muy bueno
pero lo querían matar por ser de izquierdas. Y al final no lo mataron porque eran
cuatro hermanos y dos de ellos, de derechas, y ellos salvaron a mi padre
(testimonio recogido por Rubén Martínez).
Ya habían sacado a J.
A. cuando su hermano, que tenía influencia en la falange, se enteró, salió con
el caballo hasta alcanzarlos y obligó a los falangistas a dejarlo en libertad.
Desde el mismo 19 se dan por desaparecidos
Estanislao Lorenzo Elvira (CNT), “uno de los más peligrosos del frente popular de
esta villa” según palabras del delegado local de la Falange tres años después, y
Florencio Suberviola Vergara (UGT), que aparece en el Juzgado de Mendavia como “desaparecido
sin dejar rastro alguno”; tres años después declara el delegado local de la Falange,
refieréndose a Florencio: “…huyó el 19 de julio de 1936 de esta localidad, como
lo hicieron la mayoría de la ideología izquierdista, sin que desde aquella fecha
se haya obtenido noticia alguna de su paradero; estando considerado dicho individuo
como desafecto a nuestra Santa Causa Nacional…”.
La represión continuaba.
Se realizaban batidas por los campos con caballos y perros. Las sacas las realizaban
en ocasiones en las casas y otras en el campo, mientras los jornaleros realizaban
las labores de la siega, por estos días de julio, cuando las labores en Mendavia
apremian. Se
cuentan numerosos testimonios sobre las sacas de estos días del mes de julio y su
desenlace. Se utilizaron al menos dos camiones del pueblo para las sacas, uno de
ellos que le quitaron a Pedro Campos González y el otro a Lorenzo Elvira Martínez.
A los dos camioneros nombrados los mataron poco tiempo después. Se menciona,
adicionalmente, otro vehículo del concejal Perfecto Ripa para algún traslado de
detenidos a Pamplona, y otra camioneta de los centraleros del pueblo. En ocasiones
usaban vehículos que traían los falangistas de pueblos cercanos, de Los Arcos, Bargota
o Torres. Con estos vehículos y algunos
coches más, realizaban la búsqueda de los huidos, incluso al otro lado del
Ebro. A los detenidos en el cuartelillo o en los locales de la
Escuela-Ayuntamiento, una vez decidido su fusilamiento, los llevaban en los camiones,
regularmente, con el párroco del pueblo y algunos falangistas como custodios.
En otras ocasiones los trasladaban a Estella o a Pamplona.
Un campesino de izquierda
contaba que viniendo del campo vio un muerto a la orilla del camino. Prefirió, tal
como estaban las cosas, no identificarlo. Algo atrevido como era, le dijo a un vecino
de derechas: “Haced el favor, ya que los matáis, de enterrarlos por lo menos” –y
le indicó el camino dónde lo había visto. Otros testimonios refieren muertos en
la cuneta en la carretera hacia Lazagurría. A Telesforo
y Víctor Romero González los mataron en el entorno de la ermita de Legarda,
hacia el 20 de julio. Telesforo y Víctor estaban en el campo sembrando
alubias con su padre Constancio. Le dijeron que estaban buscándolos para
matarlos, así que corrieron a esconderse. Los familiares llegaron a creer que
habían pasado al otro lado del Ebro. Sin embargo, habían tratado de refugiarse
por la Ermita de Legarda, pues algunos de la familia de los administradores
eran amigos de ellos –según afirma algún testimonio. Pero llegaron los
falangistas de Mendavia y acabaron con sus vidas. Todavía siguieron vigilando
la vivienda familiar de los Romero durante unos días más, preguntando por ellos
para detenerlos. Entre los falangistas que pasaban, estaba incluido alguno de
Logroño. Estas visitass hacían presuponer a la familia que aún estaban vivos.
Es difícil explicar esa conducta; tan probable es que se tratara de una medida
de intimidación y acoso a los sobrevientes, como un indicativo de la
descoordinación de estos falangistas con el grupo local que dio muerte a los
dos Romero.
Germán Valerio (UGT) era
pregonero y casi ciego; su delito era echar los “bandos de corneta” para
ganarse unas monedas. Alguna escusa que daban en el pueblo los de derechas para
llevarlo preso era que él había preparado una bomba. Nada más absurdo, pues era
casi ciego. Lo cierto es que ese día una escopeta vieja se le reventó a un
paisano en sus manos, y quedó malherido. Esto lo atribuyeron a una bomba. El
mismo día 19 Germán fue buscado en su casa por falangistas de Mendavia, y se lo
llevaron detenido al cuartelillo de Mendavia, luego probablemente fue preso en
la cárcel de Estella, para ser sacado en torno al día 21, ser arrastrado con una caballería por las calles de Estella y luego con
un camión hasta una cuneta entre Arandigoyen y Villatuerta.
Desde el día 20 también se da por “desaparecido”
a Segundo Sádaba Úzqueda, de 21 años.
Sería asesinado también en el mismo lugar que Germán. Segundo se había escapado
después de una primera saca, saltando del camión al río Ega. Regresó a su casa
y se escondió. Luego se presentó en el cuartelillo tras escuchar algunos bandos
en los que se ofrecía no hacerles daños si se presentaban a filas. A pesar del
consejo de algún vecino (“cordelero”) para que no lo hiciera, se presentó, y en
esa ocasión no se pudo librar de ser apresado, llevado a Estella, asesinado sin
contemplaciones, y arrojado su cuerpo junto al de Germán. Con un carro de bueyes los subieron al pueblo los vecinos de Arandigoyen y
los enterraron en una fosa común en el cementerio del pueblo, el 24 de julio.
Hacia el 25 de julio detienen a Tomás Martínez Valerio (CNT) y, viendo segura
su muerte, dice a sus captores que tiene una pistola en la casa, estratagema que
le sirve para poder despedirse de su madre, Martina Valerio García. Lo matan y su
cadáver aparece en el término de El Cogullo, en el Municipio Luquin, lugar situado
en la orilla de la actual carretera que une Urbiola con Los Arcos. Los testimonios
imprecisos apuntan que en el término municipal de Luquin o Barbarin aparecieron
asesinados el día 25 ó 26 de julio de 1936 dos mendavieses. A primeros de
septiembre serían 7 más los asesinados por esos términos: Luquin-Barbarin-Urbiola.
El día 29 detienen a la madre de Tomás
Martínez, Martina Valerio, “Lucero”, de 62 años, acusada de robar el Niño de la
Virgen de Legarda; la encierran en el cuartelillo, y al poco tiempo la sacan en
un camión con otro grupo de detenidos. La entierran probablemente viva metida en
una manta. Algunos testimonios orales indicaban que le metieron un melocotón en
la boca para que se callara. Otros señalan que al desenterrarla, sus huesos eran
los más fáciles de identificar y podría deducirse que habían intentado salir por
las marcas en los dedos. Sobre el Niño se escucha la versión de que se lo dieron
a una mujer, madre de un falangista residente en La Carrera, para que lo escondiera
en su casa. Y que la corona la lanzaron en la Cárcaba, en las cercanías del lugar
donde un hombre pescaba con redes, que fue quien encontró la corona, corriéndose
así el bulo de que Martina Valerio había lanzado al Niño a la Cárcaba. Lo
cierto es que la Virgen y el Niño actuales nada tienen que ver con la anterior
Virgen de Legarda, cuya imagen puede apreciarse en antiguas fotos, y cuyo
cuerpo era un armazón de madera cubierto por un manto. Igualmente cierto es que
el rumor de su desaparición se usó para torturar y acabar con la vida de una
buena mujer como lo era Martina Valerio. Entre las hipótesis sobre el paradero
de la antigua imagen, ninguna resulta del todo convincente, pero es verosímil
que algunos falangistas planificaroan su desaparición.
Martina fue enterrada en
el terreno de Armañanzas (cerca de Sansol y Torres). Manuel Lecea Sancho (UGT), padre de seis hijos, Felipe Ordóñez González “Casca” (UGT), Julián Angulo, Jacinto Sainz y Leocadio
Sagasti Sádaba, fueron llevados allí junto a ella; fueron sacados de la
“cárcel” de Mendavia a finales de julio. Cinco de ellos fueron asesinados, mientras que Leocadio (Cayo) Sagasti Sádaba es de los pocos
llamados “sobrevivientes de los rastrojos”. Iba en este grupo de sacas. Aunque se
salva de milagro, queda casi ciego al salir
el tiro de gracia por el ojo. Unos hombres del campo ven los cadáveres y se dan
cuenta de que hay uno que respira. Llaman
a un cura de esos pueblos, y llevan al herido al hospital de Logroño. Allí se recuperó.
No lo rematan porque el cura convence a los falangistas de que quedó vivo “por voluntad
de Dios”. La familia logró además el apoyo de un comandante que protegió al herido.
Cada cierto tiempo se tuvo que presentar en Logroño ante las autoridades militares,
una vez terminada la guerra. Vivió en el pueblo lleno de temor. Iba en el tren o
a pie, evitando la línea de autobús para no encontrarse con alguno de los que le
dispararon. Posteriormente Leocadio se fue a Francia. En la exhumación realizada
1979 se contó para la localización con la ayuda del hijo de un pastor que presenció
junto con su padre el fusilamiento.
Julián Muguía
Armendáriz
había huido del pueblo durante los primeros días. Se le dio oficilamente por
“desaparecido”. Iba en un grupo, en el que también estaba Serafín (hijo de
Corpus Sainz). Pasaron al otro lado del Ebro. Un camión de falangistas del
pueblo los persiguió y dio con ellos. Les disparó en término de Agoncillo,
desde la carretera de Zaragoza. Julián resultó herido. No pudieron auxiliarlo,
a causa de la amenaza inminente de los falangistas. Allí atraparon a Julián y
lo ultimaron. Uno de los dirigentes falangistas del pueblo le dio el tiro de
gracia. Otro falangista paseaba por el pueblo con la manta del asesinado. Al
momento de su asesinato Julián tenía 23 años. Trabajaba como esquilador y pertenecía
a la CNT.
Algunos familiares del pueblo estuvieron
llevando comida a los escondidos al otro lado del Ebro, o en parajes cercanos, durante
estos primeros días. Pero la represión se fue haciendo más fuerte y pocos pudieron
mantenerse escondidos por los alrededores. Entonces decidían irse hacia otros pueblos
pasando desapercibidos, o intentar alcanzar el frente republicano, o bien esconderse
en las casas de familiares del pueblo.
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