Una paisana objeta mis escritos en Facebook. No soy
dado a caer en dimes y diretes. Si me tomé el trabajo de escribir fue porque
pensé que sería valioso, importante y
digno hacerlo.
Los argumentos para callar los hemos escuchado con
demasiada frecuencia. Hubo micrófonos para ellos durante estos 80 años. No
obstante, concedo que mis textos bien merecen una breve justificación, dado el
perfil polémico que pueden conllevar.
Algo tenía escrito como introducción a otro trabajo
que estoy preparando sobre grupos familiares de represaliados. Puede servir
para comenzar:
¿Para qué revuelves eso? Es una de las preguntas que repiten inconscientes
o conscientemente interesados en ocultar el pasado.
Con incoherencia en muchos casos, por cierto. Con frecuencia, quienes ahora
promueven el olvido son fanáticos seguidores de otros pasados. Las religiones
–por sólo poner un ejemplo- hacen memoria de sus fundadores, sus mártires, sus
santos y otros que no lo fueron tanto, pero que contaron con un grupo de seguidores.
Recordar –como también olvidar- es ejercicio de humanidad. ¿De qué hacemos
memoria? ¿Qué olvidamos? Evocamos aquello que nos generan conciencia histórica,
solidaridad entre los pobres, luchas por la justicia… Olvidamos lo accesorio.
Eso nos da vida. La memoria conscientemente elegida es un modo de vivir. Puedo
intentar vivir sin memoria, en el olvido de lo que fui, de lo que fueron mis
padres, mis antepasados, mis vecinos… “Revolver” en lo profundo es lo que hacen
las plantas, los árboles, buscando la riqueza desde la raíz. Es un modo de
afrontar estos tiempos. Las sociedades de consumo contemporáneas nos invitan e
inducen a vivir sin memoria, o con recuerdo de corto plazo, de trivialidades
presentes, hasta que llega el Alzheimer y ya no es necesaria la invitación al
olvido.
Conocer la historia es aprender un modo de vivir. Ella nos enseña a amar a
la gente que lucha por ideales, y a ser precavidos con quienes te ponen una
mano en el hombro y con la otra te golpean. Nos enseña a reconocer las falsedades
donde las hay.
En un pueblo pequeño, conocer la propia historia y la de nuestros
antepasados es abrir las nuevas relaciones a la conciencia clara de lo que
fuimos y lo que somos. Ignorar el pasado nos prepara a un destino de tragedia,
“a lo Sófocles”. Muchos jóvenes actuales pueden encontrarse con sorpresas al
indagar en su pasado. Reconocer la verdad de lo ocurrido nos prepara para unas
mejores relaciones en el presente. No se recuerda para enfrentar a las nuevas
generaciones, sino para abrirse a unas nuevas relaciones en verdad, derechos y
justicia para todos. Es lo que la mayoría de nuestros antepasados desearon. Con
ese fin recordamos.
Agrego algo más.
Ocultar a los niños y jóvenes su
pasado no les ayuda en nada. Es tarea educativa ayudarles a afrontar su
historia y realidad.
En mis textos minimizo los juicios sobre
personas y conductas individuales para fijarme más en las responsabilidades de
tipo institucional documentadas. Y por supuesto, ningún juicio se hace sobre
los hijos y nietos de quienes cometieron tan terribles atrocidades. Eso sí, su
proceso personal tendrán que hacer para encontrarse con su pasado, como todos.
Hablando de terapias y perdón, no
está de más acudir al tan poco sospechoso como lo fue el escritor y terapeuta
Viktor Frankl, padre de la logoterapia. Negando la palabra, reprimiendo lo
vivido, imponiendo largos silencios, la salud no llega. Es necesario dar nombre
a lo vivido, es necesario derrotar el miedo, es necesario apalabrar el horror y
del mismo modo la esperanza.
Es lo que sencillamente pretendo.
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